lunes, 21 de julio de 2014

ENTREMANOS


“No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido.”
Diario de un seductor. Leopoldo Maria Panero

La mano sobre la mano en un contacto cariñoso, en una búsqueda de cercanía, en un trasvasije de ternuras subterráneas, en un tierno bosque de dedos entrelazados trasmitiendo su tibieza digital, enhebrando los pequeños deseos iniciales. La mano guía, conduce, arrastra en su flujo sensual por las candentes sinuosidades del cuerpo ansioso la otra mano, por las dunas, por los valles, por los territorios de latidos sumergidos, de anhelantes instintos encendidos. La libera, la deja libre por la dulce convexidad del vientre deseoso, expectante, la suelta libre a su oleaje, a la exploración dulcemente pervertida, la insta a derramar su calor macho sobre la impúdica piel hembra. Allí anida, por donde bulle bajo la suavidad carnal la sexualidad incitante, se detiene, se establece urgente en tacto o caricia, el meñique ya enredado en los sedosos vellos púbicos y el anular cruzado sobre la vulva humedecida. Ella entra en el túnel del goce, se retuerce sobre el lecho excitada, sus dedos invadiendo su boca entreabierta, su mano inserta en la voluptuosidad de su pelo desordenado, sus ojos cerrados para percibir la totalidad lúbrica de esa mano atrapada en su sexo. Esa mano, del otro, que abarca su vulva, la ataca, la invade, le inserta en una deliciosa violación consentida el dedo del corazón en la mojada y caliente vagina como un falo premonitorio del que ya acecha erecto en el macho invasivo. Y estalla desde ese dedo introducido el orgasmo como un torrente denso y viscoso que la inunda, la estremece, la socava hasta sus más profundas raíces, la desata, la induce al quejido, al grito, a la pérdida de la realidad atrapada en la egoísta intensidad de la exultante masturbación.


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